Las travesuras
de la vida me llevaron a estar una mañana sentada en el piso de una de las
estaciones más concurridas del Metro de Caracas en el centro de la ciudad,
esperando en el piso intermedio entre el andén y la planta de salida, donde
funciona una oficina de extranjería, a que mi pareja realizara su trámite de
cedulación.
Mientras lo
esperaba, y en vista de que no llevé conmigo ningún libro para nutrir mi alma, decidí
cerrar los ojos y meditar en medio del sonido avasallante de los trenes al
llegar y salir, cargar y descargar ríos de gente que iba y venía con sus
pequeñas y grandes metas del día a cuestas.
Mi
meditación, centrada en mi respiración y en el entorno vibrante y sonoro de ese
punto contundentemente urbano, me llevó a un estado de trance fascinante, profundo, interrumpido bruscamente por el pedimento exigente de un indigente hambriento.
Movida por
la intensidad de la experiencia, busqué rápidamente en mi bolso alguna libreta para
escribir sobre la vivencia que acababa de experimentar en el subterráneo, con esa urgencia que sólo los escritores -visitados sin previo aviso por las esquivas musas-
entienden.
Hurgué y hurgué
en mi bolso barato, robable que había usado ese día para adentrarme en terrenos
peligrosos de la ciudad… ¡y no encontré ni siquiera un papelito de punto de
venta, una factura con un reverso libre y bien dispuesto a recibir mis notas!
Presa de
una sensación de ansiedad por no encontrar lienzo para mis letras, recordé de
pronto que en mi monedero tenía algunos billetitos, entre ellos uno de dos bolívares:
lo saqué, lo miré como nunca lo había mirado: buscando -con una insólita avidez-
espacios claros para albergar algunas pocas notas.
Me detuve
en detalles que nunca había visto en los 4 años que tiene en circulación este
billete, me pregunté ¿quién será el prócer de cara triste que me mira inquieto
sospechando mis intenciones?, me deleité con
su color azul mar, con las toninas que nadaban congeladas en su anverso;
tomé mi bolígrafo y comencé a escribir en él, tuve una sensación rara, inquietante,
como si estuviera cometiendo un delito, trasgrediendo una norma importante,
profanando un templo, el templo del signo monetario de mi país.
Sobrecogida
por la experiencia, ese día entendí al fin porqué a los billetes se les llama también papel moneda.
1 comentario:
En estos días también recapitulé sobre este tema amiga. Fué viendo la serie "Narcos" que relata las "peripecias" de Pablo Escobar, por decirlo de una manera inocente. Durante el relato, en un momento dado Pablo Escobar trata de recobrar unos suculentos fajos de dolares que había mandado enterrar cuando no sabía que más hacer para esconder el dinero. Al abrir el hueco en la tierra donde lo habían escondido se encontraron con que los billetes estaban podridos y el papel moneda se deshacía......
Me llamó poderosamente la atención, puede ser porque nunca me lo había planteado, que los billetes son de papel y como tal, aunque sean mas resistentes que el papel convencional también se estropean.
En otro capitulo de la serie, por si te sirve de fuente de inspiración para el mismo tema, queman los fajos de billetes como leña para calentarse...... Que te puedo decir. La realidad supera la ficción.
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