El pasado
puede ser manantial que hace brotar agua cristalina que nutre y refresca, o
desagüe, que se chupa hacia las entrañas oscuras de la vida, toda la
energía de la vivencia presente y el avance hacia el futuro que va emergiendo.
El pasado
llega de pronto y sin aviso, sobre el lomo de una canción significativa de otra
época, en la mirada de una fotografía con rostros y situaciones, en el
encuentro fugaz con otros en un funeral, en un supermercado o en una calle del mundo.
En los
últimos tres meses el pasado ha llegado hasta mí de una manera jamás pensada:
una querida compañera1 de bachillerato, quien vive desde hace varios
años en los EUA, creó un chat de WhatsApp con un grupito que luego fue
creciendo, de los que nos graduamos en el colegio hace 38 años. Ya otro
compañero2, desde Canadá, había realizado un intento previo por el
Facebook. La semilla estaba viva y servida en tierra fértil. Agradezco a estos
dos grandes arqueólogos de números celulares y afectos, por esta iniciativa de
tan alto impacto en mi vida .
Fueron
pasando los días y los meses, fueron apareciendo en el chat 48 nombres, con sus
rostros, sus historias, su pasado compartido, su memoria y sus olvidos.
De los 48
nombres, el 70% decidió tener una presencia contundente, del resto, intuyo que algunos
no alcanzan a ver el chat, pese a sus
intenciones iniciales, que compite con mil y una demandas de la vida y de otros
chats, mientras otros, los menos, están atentos, observan, escuchan, desde la
periferia, desde el silencio activo, desde un espacio válido, curioso y
expectante; cada quien desde donde necesita estar.
En ese
espacio virtual y sagrado, todos los días hay café por la mañana, música
hermosa y pertinente escogida por un ser muy presente y querido que tiene el don de tocar las almas a través
de las notas ancladas en el pasado y necesarias en el presente.
En ese chat
se han abierto los corazones en momentos donde la tragedia ha tocado la puerta
y donde el apoyo ha brotado con esa misma fuerza y espontaneidad del manantial,
en ese chat hemos tenido encuentros virtuales de fiesta hasta la madrugada, con
tragos, risas, música, anécdotas, cantos en vivo compartidos en notas de voz,
delicias para degustar, fiestas fantásticas con amigos del alma repartidos por
Venezuela, España, Canadá, Alemania, Suiza y los Estados Unidos, allí hemos
conversado sobre política, espiritualidad, salud, plomería, allí hemos vuelto a
vivir la estimulante y sanadora experiencia de una convivencia sana y
estimulante, llena de diversidad, cuando los miembros del grupo pueden pensar muy diferente, expresar su
pensar, sin ser juzgados o etiquetados. Allí se cuida la relación como a un
recién nacido cuya gestación tomó mucho tiempo, con delicadeza, respeto,
aceptación.
Ese chat
trajo también el hambre de los encuentros en 3D y a los 37 °C de los abrazos
cálidos, emocionados y afectuosos; en Caracas ya han tenido lugar 3 de esos
inolvidables encuentros, en los EUA otros tantos… nada como encontrarnos con lo
que somos de lo que fuimos, bailar la música que movió nuestros pies jóvenes,
recordar… ¡y recordar es vivir! Nada como descubrir en los cambiados rostros y
cuerpos del hoy, las huellas de lo que se ha mantenido intacto en 4 décadas: la
luz de las miradas únicas y los 7 cm de las
sonrisas genuinas acompañadas del reconfortante “Estás igualita” derivado
de los ojos del amor, que se reservan el derecho a cierta ceguera.
A ese chat
me provoca entrar (cosa no tan frecuente en otros), viajar con avidez con mi
dedo deslizante por muchas líneas, imágenes, videos. Allí siento que
pertenezco. Me tomó 38 años encontrar ese lugar.
Pero el
regalo más grande que me ha dado este espacio -y todas sus ramificaciones
reales y virtuales- ha sido la oportunidad de re-definir y reforzar la que soy
a través de la mirada del Otro. Me asombran y conmueven afirmaciones y
recuerdos de mi huella dejada en otros desde aquellos lejanos 70´s, pedazos de
mí que yacían enterrados en el pasado y que he ido sacando e incorporando a ese
rompecabezas de nunca acabar que es la construcción de mi auto-imagen. Y todo esto llega en un momento
de mi vida de profunda re-visión (de “volver a ver”), de tomar decisiones
alineadas con lo que me está pidiendo la vida que haga en base a los talentos
que he ido desarrollando a lo largo de ésta, a partir de mi propia identidad.
Llega además en un momento, en donde, para los que aun permanecemos en
Venezuela, se impone la necesidad de buscar activamente oasis y refugios que
nos protejan de naufragar y morir en la peor tormenta de la que tengamos
memoria.
Bendigo
haber nacido en el siglo XX, cuna tecnológica del internet, de las redes, de la
comunicación síncrona. Nunca pensé que aquel programa que me fastidiaba tanto
usar porque me sacaba de mi foco, el Messenger lanzado en 1999 por Microsoft, y
que sería germen de lo que sería luego el WhatsApp, me haría, años después,
este regalo, esta posibilidad de re-encuentro con mi pasado, con la que fui,
con la que soy desde aquellos tiempos de bachillerato.
¡Qué viva
este manantial del pasado que se hace cada vez más río, en donde me sumerjo
feliz y me re-encuentro a través del re-encuentro con otros!
Esto, NO
TIENE PRECIO.
____________
(1) Tibisay Ellis
(2) Roberto Acosta
1 comentario:
Simplemente hermoso Luisa. Gracias!
Roberto
Publicar un comentario