Pasta dental en Venezuela: Cirugía mayor

Foto de Enrique Arenas, el cirujano

Los que me conocen bien saben que evito escribir sobre las tragedias cotidianas que me ha tocado vivir como venezolana en estos tiempos de cosecha de un modelo de país. He preferido dejarle esa necesaria tarea de cronista del horror a mi compatriota Leonardo Padrón, quien lo hace como los dioses. Tengo la excesiva obsesión de buscarle siempre el lado luminoso a las tormentas y oscuridades más profundas, como una forma de vida, un salvavidas para poder levantarme cada día y celebrar que estoy viva.

Pero hoy me regalo la posibilidad de compartir con el mundo un pequeño suceso doméstico que sólo pensé posible en la vida de los cubanos en la América Latina contemporánea. Hoy me regalo la posibilidad de desnudar la miseria temporal que tomó por asalto mi baño, mi vida, mi ánimo.

Desde hace semanas desapareció de los mercados y farmacias la pasta de dientes en Venezuela. La única forma de conseguirla es arriesgarse a hacer una cola de varias horas desde la madrugada en una de las cadenas de farmacias el día de la semana que me toca según mi número de cédula, o tener un conocido con un bachaquero (léase capitalista salvaje) de confianza que vende el producto a más de 30 veces el valor distorsionado e impuesto por el régimen de turno llamado “precio justo” .

Como era de esperarse, las pasticas de diente que tenía, se fueron acabando una a una al cumplir con su saludable y necesaria labor diaria de limpiar mis dientes después de cada comida.

Iban pasando los días mientras veía y sentía con un sustico indescriptible como mi último tubo de dentífrico se iba adelgazando y adelgazando a fuerza de mis manuales aplanaciones.

Y hoy llegó el temido día cero: después del desayuno me fui a cepillar los dientes y noté que por más presión y fuerza que aplicara a la parte cercana al boquete (ya toda la “cola” el tubo estaba plana como un papel), no salía nada, decidí entonces pedirle a mi pareja que sostuviera mi cepillo mientras yo utilizaba mis dos manos con toda mi fuerza... ¡y nada!. De pronto él me dijo: “Alguien me contó que había cortado el tubo con una tijera y que así había podido encontrar los restos de pasta adheridos a sus paredes, ¡probemos!”. Corrí a buscar una tijera y él procedió a realizar la insólita cirugía sobre el lavamanos. Vi con estupor  cómo decapitaba el tubo de pasta y en efecto ¡había en su interior algunos átomos más que nos sirvieron para cepillarnos los dientes!

Con incisiva curiosidad observé el tubo, que también fue rajado a lo largo, en la siguiente cepillada. Por primera vez en mi vida estaba viendo un tubo de pasta de dientes por dentro, toda una orografía de aluminio y nieve mentolada al desnudo. Una indescriptible y dolorosa novedad.

Pero el impase con el dentrífico no quedó allí: en vez de dedicar el sábado a descansar de la carrera de obstáculos que significa vivir en Venezuela, decidimos irnos al mercado municipal más cercano a ver si encontrábamos no sólo pasta de diente, sino aceite para cocinar (hace ya dos semanas que estoy cocinando con mantequilla cara porque ya tampoco tengo aceite), azúcar, jabón de tocador, entre otras cosas. De todas ellas sólo encontramos precisamente pasta de dientes ¡y compramos dos tubos al insólito precio de 10% de salario mínimo mensual en Venezuela cada uno!

Este encuentro quirúrgico con la pasta dentrífica durante la mañana de este sábado venezolano del Siglo XXI, me dejó el resto del día un sabor no precisamente fresco en la boca. Fue, lo que yo llamo “una cachetada de realidad”, un golpe bajo que me recuerda con crueldad en qué país y en qué momento histórico tan terrible, carente, injusto y doloroso me encuentro. Sueño cada día con un nuevo amanecer y dejar atrás esta noche oscura que se manifiesta de millones de formas, inocuas o graves, una de ellas con las pastas de diente, en la vida cotidiana de 30 millones de seres que nunca deseamos ni imaginamos esta indignidad y carencia en nuestras vidas.

1 comentario:

Gastón Alfonzo. dijo...

Desde siempre he practicado la sana costumbre de sacar del "extrusible" todo su contenido, nada más que por diversión. En la casa practicamos el "a ver quién le saca lo último" y hemos descubierto cosas interesante con el paso de los años. Una vez dimos con un tubo de Colgate que no se acababa jamás. Era como el monedero de Satanás de la película mejicana con Andrés Soler (-¡Se me partió la cédula!) que mientras más dinero le sacabas, más dinero tenía y nunca se vaciaba. Todo iba de lo mejor hasta que lo comentamos con extraños, ese día se secó la fuente y se agotó la pasta. También tuvimos una que cambiaba de colores y de sabores según el humor del usuario, otra que no dejaba fluir la pasta si habías mentido... pero "la tapa del frasco era un tubo de pasta de dientes que te decía como te iba a ir durante el día sin contemplaciones. A mí tío Fermín le dijo que iba a morir electrocutado pero perdió su tiempo, Fermín se fue como todos los días a su trabajo de electricista y nos llamaron como a las once para decirnos que 200.000 voltios lo habían cocinado y que el hombrón de 1,90 metros de altura cabría ahora, cómodamente en un ataúd talla S. Algo nos ahorramos. Pero en mis muchos siglos de excavador de extrusibles de pasta dental, jamás había oído que se profanara la dignidad de tal contenedor con unas tijeras ¡Santos Cielos hemos devenido en bárbaros! Eso es el equivalente a apuñalar a la gallina de los huevos de oro. Yo lo dejaré pasar porque ¿Para qué son los amigos? Pero no lo digan.
Porque si "ellos" se enteran, no volverán a ver a ver jamás un tubo extrusible de Pasta Dental.

Aquí y ahora

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