Ladridos del HOY


Camino por las calles de mi urbanización (barrio) un hoy cualquiera, en una rutina diaria que se repite y se repite cada día que decido quererme: la brisa de la mañana refresca mi rostro, ventanas y puertas de casas con historia me saludan a mi paso frente a ellas invitándome a adivinar las historias que guardan a sus espaldas, en sus adentros… imagino cotidianidades, alegrías y tragedias, inicios y despedidas, sueños y golpes, aromas particulares y sonidos únicos en cada espacio vislumbrado desde la calle… de pronto, un par de perros negros me ladran furiosamente desde el otro lado del muro, sus ojos amarillos me miran como si fuera conmigo y contra mí todo su odio canino… sigo mi camino y metros más allá, otro perro guardián me confunde con el enemigo y sigue el feroz ejemplo de su par.

Tomo conciencia de que hoy los perros me ladran, o al menos hoy me doy cuenta de que lo hacen: los observo, me observo, siento mi adrenalina evaluando su cauce en mis venas, mi neocorteza cerebral diciendo “están detrás del muro, no podrán morder tu carne”. Los observo y de nuevo tomo conciencia de que ellos no pueden decidir otra cosa HOY que no sea ladrarme, que buscar atacarme con todo el impulso de sus músculos, es lo único que saben y pueden hacer HOY en su ser-en-el mundo de perros.

Los feroces rostros caninos se disuelven en mi mente dando paso a rostros humanos que veo también ladrándome en las calles, en el tráfico, en el trabajo, a veces a gritos, otras en silencio, sólo con sus ojos amarillos… me doy cuenta de que ellos tampoco saben ni pueden hacer otra cosa que ladrarme en su momento y circunstancia. Siento una enorme paz, la cosa no es conmigo, es con el mundo, es consigo mismos… puedo verlos más allá de su dentadura amenazante, puedo ver su dolor, su cárcel, su camino recorrido, su calle ciega … puedo amarlos.

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