En busca de mi oído


En la cabina insonorizada del otorrino, un par de audífonos abrazan mis orejas sumisas, resignadas al examen en busca de lo audible y no inaudible. Llegó la hora –pienso- de saber cuánto de la sordera de mi abuela y de mi padre se coló sin preguntarme en mi ADN .

Sonidos graves, agudos, extraños, se suceden primero en el oído derecho, luego en el izquierdo, primero con más volumen antes de irse desvaneciendo lentamente con toda la intención hasta el inquietante silencio total… mientras mi mano derecha oprime apurada un botón como acuse de recibo de las ondas sonoras.

Me entretengo con las cientos de pirámides de goma-espuma gris que tapizan las paredes y me señalan erectas, con el cordón umbilical de los audífonos. “Oyes muy bien…” me dice una voz cálida a la salida de la cueva egipcia.

Salgo a la calle y un estruendo de ciudad me inunda: motores, bocinas, voces, aves, brisas. Llego a la casa, y sonidos olvidados me reciben para recordarme que tienen algo que decirme: la cáscara de la mandarina al desprenderse, el agua apurándose en la tubería del vecino, el motor que enfría el ocupado procesador de mi laptop, las risas de los niños 13 pisos más abajo, las hormigas compartiendo su secreto…

He encontrado de nuevo la magia de mi oído.



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