Metro de Caracas, 9:00 a.m. febrero 2016: consigo milagrosamente un asiento en uno de los
vagones rumbo al este de la ciudad.
El vagón en el que viajo, uno de los 7 del
imponente gusano de acero, está totalmente lleno: unas 300 personas, entre
paradas y sentadas, ocupan las entrañas que se desplazan por los oscuros túneles
del sistema.
Allí sentada vivo una de las experiencias más
sorpresivas y movilizadoras de mi vida: aquella mañana, en aquel instante, ninguna persona
hablaba. Allí había hombres, mujeres y
niños, solos o acompañados, nadie pronunciaba palabra. 300 gargantas inmóviles.
Un silencio estruendoso se extendía por los
resquicios de los espacios que quedaban disponibles para el aire espeso; allí
sentada, comencé a observar aquellos rostros callados en busca de lo que no
decían.
Rostros serios, tristes, ansiosos, exhaustos, heridos, frustrados…
con sus miradas perdidas en los laberintos secretos de sus vidas, cada quien
librando sus batallas cotidianas o extraordinarias en la Venezuela que atraviesa la crisis
más profunda de su historia contemporánea.
De pronto, en medio de aquel silencio hecho de
vidas unidas por el destino en el mismo vagón, se escuchó, como música de fondo,
el tema musical de la película “El Titanic”.
Respiré profundamente cada nota nítida de aquella
pieza que trajo a mis células la inevitable y angustiosa sensación de un trágico e
inmenso hundimiento. Me sentí repentinamente en ese barco.
Sentí como millones estamos en ese barco que hace aguas
llevándose la vida de muchos, no hay suficientes botes para todos, el
constructor pensó que era inhundible. Algunos de esos rostros que observo, que
me observan, morirán, tal vez yo muera también… Tal vez no.
Sin embargo, y a pesar de todo, reconozco con alivio que me invade una
certeza: Llegará la ayuda, flotaremos sobre pedazos de equipajes y muebles, nos
montaremos en los botes que le sobren a los de primera clase, los sobrevivientes viviremos para
contarlo, re-haceremos nuestras vidas y nos juntaremos de nuevo en un gran
barco hacia hermosos y prometedores destinos, esta vez a prueba de icebergs y de arquitectos navales prepotentes y
sordos.
Agradezco que el Caribe sea tibio… tal vez me
toque flotar algunas horas más esperando el rescate.
6 comentarios:
LLegara la ayuda y nos re-encontraremos para re-hacer.
sorprendente, me sumergi en la lectura de tu relato del Titanic venezolano y senti mucho dolor y es triste pero real esa comparacion.
Muy bueno Luisa Elena!!
Susy
Que maravilla! También me sentí en el barco hundiéndose, pero saldremos a flote como tu dices, renacerá Venezuela!
Por casualidad acaban de divulgar que descubrieron que el Titanic no tenía defectos de construcción y su hundimiento fue por fallas humanas obvias. Así será nuestro Titanic (Venezuela) y no tiene posibilidades de hundirse a no ser por los hombres y mujeres que lo manejan. ¡Tendremos mejor destino! Nuestro Titanic no se hundirá por prepotencia de sus pilotos, sino que seguirá adelante por las acciones efectivas de sus pasajeros (nosotros). No hay iceberg, no hay hielo flotando, no hay riesgo de hipotermia, al contrario hay muchos deseos de sobrevivir y lo lograremos. Alguien me dijo que los pilotos del barco no saben nadar. Gracias prima por ese pensamiento de fantasía con toques de verdad.
Con el aporte de cada uno de los pasajeros de este Titanic(Toda Venezuela) saldremos adelante.
Triste, descriptivo, conmovedor y esperanzador...Gracias por interpretarme, me sirve de catarsis.
Publicar un comentario