La capacidad de sentir placer es
un fantástico artilugio biológico de la evolución para conectarnos con la vida,
para que sintamos que vale literalmente la pena atravesar el camino de estar
vivos a pesar de los inevitables reveses que nos lanzan de golpe al otro
extremo del espectro, ese donde habita el dolor, la ira, el asco y el horror.
En el inicio de este año, quiero
compartir mi viaje consciente de
descubrimiento de las distintas fuentes de placer de mi vida a través de los
cincos sentidos. En cada uno de ellos me detendré en diez placeres muy míos,
muy personales, atados a mi identidad, a mi cultura, a mi forma de andar viva
por el mundo, otros, sin embargo, quizás más universales.
5 x 10...son 50 de mis motivos
para celebrar la vida y agradecerle todas las veces que me ha regalado esos
placeres y todas las que aún lo hará mientras respire.
Fue muy fácil realizar este
inusual recorrido ya que, en los últimos años, he ido a la conquista consciente
de todos esos pequeños grandes momentos o acontecimientos placenteros,
ejercitando el mindfullness o presencia plena, magnífica herramienta herencia
de la psicología positiva para contribuir al bienestar y a la felicidad.
Vivo en un país y en un momento
histórico en donde la travesía de cada día puede estar signada por
incompresibles horrores, hoy más que nunca apelo a mi lista y a mi elección de
poner el foco en todas estas maravillas que vivencio a través de mis cinco
sentidos; éstas y el amor en abundancia que me rodea, que recibo y que doy, ha
sido el antídoto más potente contra la desesperanza, el dolor y la enfermedad.
Comparto contigo, querido lector,
querida lectora, mis 50 motivos, con la esperanza de que resuenen en ti y te animen a tomar
conciencia de los tuyos, buscarlos activamente y disfrutarlos a plenitud.
Comencemos pues con el oído. No
lo niego. Soy auditiva. Soy un par de oídos que captan, cual ansiosas antenas,
las ondas invisibles que luego harán de las suyas en el tímpano, los
huesecillos para llegar finalmente a mi
cerebro atento y expectante. Y es que el placer para mí también viene en ondas,
a continuación un breve inventario de los sonidos del mundo capaces de poner a
sonreír a todas mis células:
- La risa clara de mi hija.
- El canto inocente y vibrante de los pájaros cuando dan la bienvenida al sol en mi ciudad.
- Los coros de ranas y grillos cuando celebran la noche.
- La voz de mi pareja cuando me regala un “te amo”, “me gustas”, “te deseo”.
- El fluir del río de Choroní acariciando piedras en medio de la selva.
- La música viva en la que me convierto cuando danzo.
- El rumor de mis venas cuando medito.
- El crujido entre mis dientes de una teja de almendras.
- El crepitar de un fuego compartido.
- El susurro de un secreto amoroso y travieso en mi oreja.
El tacto, rey de los sentidos,
esparcido en mis 2 mts2 de piel, me regala estos placeres captados por
sus millones de terminaciones nerviosas que hacen un largo viaje desde la punta
de los dedos de mis pies hasta mi cerebro gratificado:
- La contundencia de un chorro de agua en la piscina al masajear lo que encuentra de mí a su paso.
- La brisa fresca saludando mi rostro.
- El masaje dedicado de los dedos firmes de la peluquera cuando lava mi cabello.
- El contacto pleno, tibio, indiferenciado de los cuerpos de mi grupo compacto de compañeros en una sesión de biodanza.
- El diálogo húmedo de mis labios con otros labios amorosos y deseosos.
- La presión sutil de un abrazo con inmensas extensiones de contacto llenos de un “te quiero”, “me importas”.
- La dulce trayectoria de una caricia de seda guiada por el amor en la intemperie de mi cuerpo.
- La lluvia tibia de la ducha y sus ríos que bajan de mi cabeza a los pies llevándose las huellas del polvo y el sudor del día vivido.
- La suavidad del pelaje de mis gatas cuando mis dedos se sumergen en él desatando ronroneos.
- El peso dulce y cálido de mi cobija sobre mi cuerpo cuando reta al frío de algunas madrugadas caraqueñas.
La vista, la que puebla mi vida
de imágenes convirtiendo las orillas del camino en una gran pantalla llena de
placeres coloridos como:
- El verde del Ávila y su forma única, la gran montaña que cuida a mi ciudad natal Caracas, desde todos los ángulos y en todos sus formatos (vida real, pinturas, esculturas, fotos…).
- El mar inmenso, con todos sus azules y su horizonte recordándome siempre que hay un camino por navegar y un puerto esperándome más allá del miedo.
- Los 7 colores efímeros y curvados de un arcoíris.
- El destello vivo de miles de millones de estrellas salpicadas en el lienzo oscuro de una noche, alejada de las luces de la ciudad, recordándome lo pequeña y grande que soy en este cosmos del que soy parte y todo.
- Una buena película cuando toca mi corazón y mi mente.
- La mirada universal de otro humano encontrado en una ronda de biodanza, o en una calle cualquiera.
- Los rostros puros de los niños cuando son felices.
- La cara dulce de mi hija crecida cuando conversamos de la vida mientras nos sentamos a la mesa.
- Los ojos verdes el hombre que amo y me ama, cuando me hablan de quién es conmigo y me invitan a sumergirme en ellos y a descubrir quién soy yo con él.
- Los rostros felinos de mis gatas cuando me miran y me hacen creer que son diosas egipcias o bonsáis de tigres o panteras que vinieron de las estepas africanas para hacer de mi vida un mejor paisaje.
Mi boca, ese templo sagrado del sabor,
hogar húmedo de millones de ansiosas papilas gustativas, me regala los placeres
de:
- Una barra de chocolate oscuro venezolano, el mejor del mundo, cuando inunda derretido todas mis papilas y pone a danzar mi lengua extasiada.
- Un buen vino tinto con su sabor de uvas que nunca vi, pero que corren felices por mis venas alborotando todo a su paso.
- Una paella con su sabor a mar y sus mariscos frescos nadando en arroz, con un toque de aceite de oliva de limón.
- El salmón crudo y bien acompañado de algas, aguacate, arroz, wasabi y salsa de soya de un buen sushi, ese sabor del lejano Japón que aparece en mi boca por arte de magia.
- El tenue sabor salado de la piel del amado cuando mi lengua se transforma en su caracol viajero.
- El sabor a sol azucarado de naranjas recién exprimidas para inaugurar el día.
- El agua fría robada al mar de un coco de mi trópico cuando el verano se convierte en sed.
- La carne dulce y jugosa de un mango que ha guardado los colores del atardecer en su piel.
- Venezuela hecha arepa, esa bella ostra de harina de maíz cuando me ofrece, por ejemplo caraotas negras refritas y una nevada de buen queso blanco rallado.
- La punta calientita y robada a una bagette (canilla) recién salida del horno y más aun si fue un encargo.
Mi olfato, mi sentido más animal,
más vinculado a la memoria emocional e indeleble en mi sistema límbico, también
me da la oportunidad de sentir placer a través de:
- El aroma del café recién colado por la mañana cuando la niebla del sueño aun me acompaña.
- El llamado oloroso de una torta, galletas o pan en el horno, que se esparce por el aire desatando voracidades.
- El olor a ropa limpia y lavada con amor cuando en su travesía se topa con mi nariz.
- El olor a lluvia al encontrarse con la tierra y desatar la química de la vida.
- El olor del mar en su encuentro con la arena que anida en la brisa de las costas del Caribe.
- El olor a vainilla que atomizo en mi piel antes de danzar convertida en caramelo.
- El olor del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, la casa que vence las sombras, mezcla de madera, alfombras con historia y nubes de Calder, testigos únicos de grandes eventos artísticos, académicos, políticos y humanos.
- El delicioso y sintético olor de plástico nuevo, con su algarabía de estreno.
- El olor limpio del jabón y sus huellas por todo mi cuerpo cuando me ducho… y aun después, brevemente guardado en los millones de poros agradecidos.
- El sutil aroma de un incienso fino, venido de lejanas tierras y convertido en hilo danzante algunas noches de velas y encuentros.
1 comentario:
Que hermosa descripción de la vida cotidiana, eso es vivir el presente expresado en forma poéticas...me llamasteis la ante cío... Te felicito
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