Freud ya lo sospechaba y no le fue fácil lograr que sus colegas lo entendieran: además de la pulsión de vida
que nos lleva a la auto-conservación, a relacionarnos con el Otro y con otros
para la preservación de la vida y de la especie, a integrar, a construir, a
crear, a buscar todo aquello vinculado con el "estar vivos", los
humanos también tenemos un llamado hacia la muerte, hacia la desintegración, a lo que ya no siente, no vive,
a la vuelta del individuo al estado inorgánico de quietud y reposo anterior a
la vida. Freud mismo bautizó esa pulsión de vida como “Eros” y a su inseparable
polaridad, como “Tánatos”.
Hace ya tres décadas, descubrí estas fascinantes y polares nociones cuando comencé a devorar la obra del psicoanalista austríaco en mi paso de 5 años por la
Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela, y luego me volví a encontrar con ellas, con otra lupa y mirada, en mi formación en psicoterapia Gestalt; pero no fue
sino hasta hace pocos meses cuando pude entender a plenitud, desde la vivencia personal, lo que significan estas pulsiones en mi propia vida, las cuales se ubican en dos extremos de la trayectoria de un péndulo que se mueve, a veces más
rápido, a veces más lento, entre mi pulsión de vida y mi pulsión de muerte.
Confieso que es sobrecogedora la toma de conciencia
de este movimiento pendular, la identificación de cuándo estoy en un lado,
cuándo en el otro, cuándo en ninguno de los dos, viajando hacia uno de ellos.
Si, sobrecogedor, muy retador y lleno de fuertes emociones…
En mi “aquí y ahora” de esta etapa de mi vida me
descubro abrazada a Tánatos cuando, por ejemplo, montada en un avión en viaje
de trabajo, a punto de despegar, me viene con serenidad el pensamiento y el
deseo profundo de “Qué bueno sería que este avión se cayera… conmigo”, o cuando
inicio un día o una semana llena de angustiosas incertidumbres relacionadas con
el cuidado de mis dos padres ancianos bajo mi única responsabilidad en una Venezuela
con una feroz inflación y escasez, y me secuestra el deseo de: “qué bueno sería
volver a dormirme y no despertar…”
Aunque pudiera sonar alarmante, es tranquilizante saber que estos
pensamientos no emergen de una depresión clínica, ni coquetean remotamente con
acciones suicidas (al menos conscientes) ; ciertamente este tipo de pensamiento
orientado hacia el deseo de mi propia muerte es escuchado con atención por todas mis
células y, sobretodo, por mi mente, mi conciencia, y allí me siento como
devorada momentáneamente por un pozo oscuro, donde me embarro de desesperanza y
de miedo neurótico por el futuro. Estar en Tánatos, es, en mi caso, lo más
parecido a un clamor profundo de mi organismo por descansar del a veces arduo oficio de vivir,
estar en Tánatos es querer salir corriendo del tal “aquí y ahora” cuando siento
que todo esto es demasiado para mí, que no puedo, que estoy cansada, muy
cansada. Es anhelar el descanso eterno como única salida.
Pero la maravilla de mi péndulo es que no se
detiene… De Tánatos luego me enfilo irremediablemente hacia Eros, hacia la Vida,
que me llama con voz dulce para celebrarla. Me descubro guiada por mi pulsión
de vida cuando me dejo extasiar por la majestuosidad del Ávila, esa enorme
montaña verde y viva que define el perfil de mi Caracas natal, cuando el vuelo
colorido de un par de guacamayas azules convierte mi balcón en la mejor sala de
cine 3D y me estremezco; la vida me rescata del horror cuando la danzo honrando
al creador de la biodanza, el chileno Rolando Toro, y me sumerjo en una
abundancia estelar de miradas, caricias y abrazos amorosos que me contienen y
encienden mi luz otrora a punto de extinguirse y la energía vital puebla de
nuevo mis venas y mi andar; me llama la vida por mi nombre cuando me regala oportunidades de trascender en la existencia de uno o de muchos, con mi trabajo que amo como coach y facilitadora; anido en Eros cuando me pierdo en la selva cálida
del pecho de mi amado en diálogo profundo con los latidos de su tierra y me
entrego a la maravilla del amar y del ser amada, cuando escucho la risa de mi hija,
ese pedazo de mí que no soy yo, esa semilla que perpetúa mis genes sobre el
planeta, esa Vida bien sembrada que crece y crece dejando sus propias huellas,
continuación de las mías.
¡Qué sería de la Vida sin la Muerte, de la Muerte
sin la Vida…!
Y así voy, de izquierda a derecha, de derecha a
izquierda, penduleando mi existencia hasta que la muerte haga finalmente su
trabajo de devolverme al cosmos sereno. Entonces me iré agradecida por haber
sido destello luminoso, breve y vibrante de vida en mi pequeño planeta verdiazul
, el mejor hogar con los mejores seres que el universo me pudo haber regalado.
5 comentarios:
Luz y sombra, sombra y luz, tan grande una como la otra. Llegar a vivir y conciliar una con la otra, es el arte de la vida. Gracias por compartir tu mirada querida amiga. Un abrazo
Cada día que pasa, vamos muriendo sin saberlo. Mi papá siempre me decía. "Hoy somos, lo que ayer no éramos"...el hombre de ayer murió y cada día nacemos como un ser completamente nuevo...Bella reflexión amiga mía...besos, Caro
Cada día que pasa, vamos muriendo sin saberlo. Mi papá siempre me decía. "Hoy somos, lo que ayer no éramos"...el hombre de ayer murió y cada día nacemos como un ser completamente nuevo...Bella reflexión amiga mía...besos, Caro
Me gustó mucho Luisa, tu compartir me abre una nueva posibilidad en como ver esos deseos de morir, gracias, gracias, gracias
Me gustó mucho Luisa, tu compartir me abre una nueva posibilidad en como ver esos deseos de morir, gracias, gracias, gracias
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