Foto: J Ōta |
Es ley de vida (con sus terribles y sorpresivas
excepciones) ver envejecer a nuestros padres y un día -que por lo general no
quisiéramos ver en el calendario- enterrarlos o entregar sus cenizas al viento. Allí se supone que comienza la
orfandad, esa condición en la que nuestros padres se convierten de pronto en un
imposible, en un nunca más, en una llamada sin respuesta, en un vacío inicial
que sólo el tiempo y un duelo bien vivido, van llenando de recuerdos gratos,
nostalgias, perdón y agradecimiento.
Pero resulta que a veces, la orfandad
se adelanta en vida, se presenta de golpe y sin aviso en la forma más
insospechada y cruel. Un día amanece, y al mirar a los ojos de los ancianos que
te dieron la vida, ya no los encuentras más detrás de sus pupilas.
Hoy amaneció para mí.
He mirado a mis padres y ya no estaban
allí: su lucidez, su capacidad de tomar decisiones racionales en su beneficio,
se había esfumado; no los encuentro ya en su mirada, me pierdo en sus palabras
como en un laberinto lleno de calles ciegas y sin sentido, las sinapsis de sus
cerebros de 89 y 96 años, cansadas de tanto tejer y tejer redes y de dar
sentido a cientos de sinsentidos en sus vidas, se han ido apagando lentamente.
Hoy amaneció y mis padres ya no
estaban, se habían ido, dejando en su lugar a un par de seres muy parecidos
físicamente, que respiran y me observan, pero que no son ellos; un par de
desconocidos que acusan a su hija, en medio de naturales paranoias
demenciales de la vejez, de extraer sin autorización su dinero de sus cuentas y exigen con obsesiva
insistencia el control único y total de éstas; un par de
desconocidos que pierden las llaves en los bolsillos, los anteojos en el
rostro, los recuerdos en la almohada, los sueños en las nubes; que son
“visitados” en la noche por seres imaginarios y amenazantes que sólo ellos son
capaces de ver y escuchar.
Juro que éstos se parecen mucho a mis
padres; tanto, que se me olvida que no son ellos y entonces su desconfianza me
atraviesa de dolor como un puñal ingrato, y sus delirios se convierten en un
monstruo nocturno y desconocido que me quita el sueño.
Hoy amaneció y mis padres ya no
estaban, ni estarán nunca más. Hoy amanecí huérfana, prematuramente huérfana,
con una orfandad en dos cuotas; como si la muerte quisiera entrenarme previamente
para cuando llegue el día de la cuota final.
Como una niña asustada y sola, estreno
mi nueva condición y busco desesperadamente, sin encontrarlo, al conejo de
Alicia para que me diga cómo llegar a cualquier lugar que no sea éste.
Pero, como una adulta asustada y
acompañada, estreno mi nueva condición con el reto monumental de amar y
cuidar a los ancianos que se quedaron
por los que se fueron… quienes a través de sus ojitos anidados por las arrugas del largo camino, alcanzan a decirme: “aún estamos aquí y te
amamos, hija”.
3 comentarios:
Es un honor haber escuchado un compartir que fue el preludio de esta lectura, y que comparto en la experincia de mis padres, y te ofrezco mi compañía para compartir el aprendizaje de estas experiencias y así aprender juntos a relacionarnos con estos nuevos padres... Un gran abrazo
Tu biocafepana Jesús Alberto
Hola Amiga linda, hermosisimo esta lectura... llore lo senti en lo mas profundo... creo que por que lo estoy viviendo... gracias gracias. Adriana Zarraga. te abrazo
Gracias Luisel por compartir esta experiencia dolorosa sin duda, pero que te hará crecer aún más. Retornar lo que hemos recibido como si la vida, en un espejo de tiempo invertido los hiciera bebés, irracionales, injustos, dependientes las 24 horas y a nosotros definitivamente adultos, responsables, generosos.
S.
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