James Rodríguez llora abrazado a David Luiz al
finalizar el partido Colombia-Brasil con un marcador que acaba con los sueños de
su selección y de 40 millones de colombianos de avanzar a cuartos de final,
días después vemos en close up al
mismo David llorando desconsolado y pidiendo perdón a 198 millones de brasileños
por la estruendosa derrota de su selección bajo la garra del águila germana; por
otra parte, en las gradas atestadas de fanáticos, los camarógrafos, bajo la
dirección del cineasta Oliver Stone contratado en este mundial para captar y
transmitir con maestría las emociones asociadas a este deporte, pescan rostros masculinos
inundados por las lágrimas, para mostrárselos a 3.600 millones de televidentes
en todo el globo.
Más allá del triunfo de Alemania en el Mundial de
Fútbol 2014, más allá de los goles, de los logros, victorias y avances de algunas
selecciones, no puedo dejar de pasar por alto lo que para mí ha sido uno de los
logros más grandes de este Mundial: que hombres considerados por millones de
otros hombres (jóvenes y no tan jóvenes) como héroes y modelos, se hayan
permitido derramar ante las cámaras sus lágrimas sentidas por las pérdidas de
partidos, pérdidas asociadas a los anhelos nacionalistas de millones de hinchas
y al esfuerzo de años de duros entrenamientos y partidos decisivos para llegar
a pisar el césped nuevo de los estadios brasileños
Y es que las lágrimas humanas están íntimamente
relacionadas con la emoción, somos la única especie que puede derramar lágrimas
emotivas cuya función varía desde lo más
simple como una reacción rápida ante un dolor sentido, hasta lo más complejo como lo es una expresión
de lenguaje no verbal para lograr que otros humanos hagan cosas que necesitamos
que hagan por nosotros.
El drama terrible es que a los hombres, tan humanos
como las mujeres y con las mismas glándulas lacrimales vinculadas al cerebro
emocional, se les dice desde niños “los hombres no lloran”, cercenando así una
potente vía expresiva de sus emociones.
Y no es que
el hombre tenga atrofiada su capacidad de sentir ¡siente igualito!: “El
problema del hombre no es la atrofia sentimental, sino el miedo a dar rienda
suelta a todo su potencial afectivo, porque considera que las emociones
expresadas lo vuelven más vulnerable”, asegura Walter Riso, psicólogo italiano-argentino, presidente de la asociación Colombiana de Terapia
Cognitiva y autor de un libro que como mujer me dio valiosas luces para entender cómo late y cómo siente ese corazón atrincherado en el tórax inexpugnable de los hombres "Intimidades Masculinas".
Esas lágrimas masculinas mojando las pantallas
planas de miles de millones televisores en el mundo y modelando en niños,
jóvenes y adultos la necesaria acción de llorar, es una excelente señal de que algo está cambiando y seguirá
cambiando una vez abierta esta compuerta cruelmente clausurada por la cultura patriarcal.
Entrego hoy un bello trofeo simbólico de felices lágrimas y mis felicitaciones a todos esos valientes hombres que han
rescatado o están rescatando su derecho humano de llorar sin sentirse por ello
débiles ni vulnerables.
¡Qué viva la rebelión de las lágrimas masculinas escapando
de siglos de injusto encierro!
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