Hoy mi diario y entretenido viaje por el Facebook me ha dado un regalo fantástico con el
artículo “Cinco fallos de la memoria que nos afectan a todos” : el
descubrimiento –con nombre y apellido- de una parte de mi funcionamiento
psíquico orgánico que nunca fue incapacitante, pero si fue responsable de que
pasara unas cuantas penas sociales que me dejaban sumida en inquietantes
rememoraciones y preguntas.
Se trata de una llamada “paramnesia
cotidiana”, una distorsión de la memoria que consiste en no poder recordar ni
reconocer a una persona muy conocida cuando la encontramos fuera de su contexto
habitual.
Recuerdo con horror cuando hace
ya 35 años y estudiaba bachillerato, comencé a practicar karate-do dos veces a
la semana con un grupo regular de personas con las que, al inicio y al final de
la práctica, conversaba y departía sobre temas de interés. Un día, un muchacho
muy simpático de ese grupo, en plena conversación, me dijo de pronto: “Oye, Luisa ¿entendiste lo que pidió el profesor de biología
para el trabajo que hay que entregar el lunes?” Mi cerebro en ese momento tuvo
un especie de corto circuito y pensó ¿cómo fulano (no recuerdo su nombre) con
quien hago karate sabe del trabajo de biología? ¿qué tiene que ver él con
el trabajo de biología? Fueron segundos de angustia mientras buscaba la
esperada respuesta que se me pedía… ante mi sospechoso silencio, mi
compañero de karate añadió: “Mañana tenemos biología, creo que es mejor
preguntarle al profe….” ¿Preguntarle al profe? ¿mañana tenemos biología? De
pronto se hizo la luz con una especie de vértigo avergonzante: ¡el fulano era
compañero mío de clase en el colegio y yo no lo había reconocido en 3 meses de
práctica de karate!!!!
Pero la cosa se pone aún más
escalofriante cuando me voy más lejos en la historia de mi vida y recuerdo una
tarde de infancia caminando con mi madre por una calle llena de comercios,
cuando me detuve a observar una vidriera y de pronto tuve una incómoda
sensación de ser observada… desde el fondo de la tienda una niña de 7 años, de ojos grandes como semillas de
níspero, flequillo oscuro lindando con las cejas, me observaba fijamente con
su par semillas pardas, yo la miré, ella mi miró… fue intimidante su
mirada, no cesaba…mi corazón latía con fuerza… fueron
eternos los segundos de interacción con aquella desconocida ¡que resultó ser yo misma reflejada en un
viejo y cochambroso espejo al final de la tienda!
Pasé décadas preguntándome qué
pasaba en mi cerebro al no poder vincular personas ni rostros fuera de su
contexto, hoy sé que hasta Freud, en 1901 ya había encontrado un saco para meter semejante
despiste: “Psicopatología de la vida cotidiana”.
En estos momentos me pregunto: ¿por
qué tanta emoción por saber ésto, si no va a cambiar nada? ¿por qué la
necesidad de compartirlo al mundo?
Si, si cambia y mucho; hoy por
fin puedo incorporar concientemente este rasgo a mi repertorio de rasgos
particulares que me definen como parte inseparable de mí, reconocerlo,
reconciliarme con él y conmigo por mis vergüenzas sociales, mis vértigos existenciales
y decirle al mundo: “ésta también soy yo”
Ya lo sabes… por si un día te
encuentras de frente con mis desconcertadas semillas de níspero.
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