Fotografía: FABIANA BARREDA "Módulo Hogar", 2004 |
Últimamente me ha dado por recordar la fascinación que ejercían en mí, cuando era niña, los refugios mostrados en las películas y noticieros: refugios antiaéreos, refugios nucleares, refugios para huracanes, tormentas y ciclones, refugios de montaña, refugios… de latin “refugium”, ese lugar vital “en donde ampararse o resguardarse de amenazas”.
De mi infancia guardo
también vívido recuerdo del refugio donde vivió y escribió su diario la
conocida niña judía Ana Frank… cada página de su diario es un tácito homenaje a ese pequeño espacio donde la defensa
de la vida y del amor encontró el mejor lugar para resguardarse de la locura de
un pueblo poseído por una idea de supremacía racial y destrucción.
Del recuerdo salto
a la historia de los refugios e imagino entonces la emoción y tranquilidad de
los primeros homo sapiens cuando
instintivamente buscaron, crearon y acondicionaron los primeros refugios de la humanidad para protegerse
de animales salvajes y duros inviernos, y así sobrevivir.
Sigo mi reflexión rayando
en lo académico, cuando descubro que luego vinieron, escalando la famosa
pirámide de Maslow, los refugios espirituales y artísticos, lugares para
reposar el alma, en el budismo encontramos la práctica de “tomar refugio en el
Budha”, un lugar intangible pero profundamente resguardador del espíritu, según
sus practicantes, y me encuentro también con los refugios poéticos, como el
poemario “Refugios provisorios” del poeta venezolano Eduardo Castellanos, el
refugio en la literatura, en las artes…
Y caigo en el aquí
y el ahora, en la ciudad, el país y el momento en el que vivo y escribo estas
líneas:
Vivir hoy en Caracas,
la tercera ciudad más peligrosa del mundo, vivir en
Venezuela, uno de los países con la inflación más alta del mundo, un país con un modelo
de gobierno y de producción que destruyó mucho para construir lo que quería
construir, y descubrir ahora que
mucho de lo que destruyó le está haciendo falta; vivir donde vivo significa
amenaza de muerte o robo al traspasar las fronteras del hogar, miedo de que los ingresos del mes no alcancen, significa
invertir la vida en largas colas en los supermercados para conseguir bienes tan
básicos como harina de maíz pre-cocida, azúcar, margarina, café, papel
higiénico... miedo a ser embestida en cualquier esquina por algún conductor
hambriento de luz roja bien nutrido de la anomia guapa y apoyada por la impunidad reinante, miedo al policía
convertido en hampón, al juez convertido en parte, al militar convertido en títere, miedo a no conseguir algún
medicamento necesario o atención médica que pueda salvar mi vida o la de los míos,
miedo a tanto odio gratis acechando en cada esquina creado y alimentado a punta de estereotipos y
estrategias de “divide y vencerás”.
Vivir donde vivo me
ha hecho retomar filosófica y pragmáticamente el concepto de refugio, me ha
conectado de manera fulminante con esos refugios que habitaron mi mente
infantil y decido entonces honrar la fantástica oportunidad de estar viva, de
respirar, de sentir placer, de amar y ser amada, decido entonces proteger mi
vida a toda costa, ya no de los animales salvajes de mis ancestros, sino de un
sinfín de amenazas esparcidas a lo largo y ancho de Venezuela, que ningún gobierno
(aun controlando la mayoría de los medios) puede tapar con un dedo porque somos
millones, sin distingo de clase o filiación política, los que estamos sufriendo
en carne propia el horror de la cotidianidad convertida en pesadilla.
Nunca antes entendí la
palabra “refugio” como ahora. Afuera: la muerte, el miedo, la angustia, la
incertidumbre, la frustración, el odio… adentro: el afecto, la vida, la confianza, la
danza, la música, la poesía, el alimento… para el alma.
Construir “refugio”
ha comenzado para mi, por elección, desde lo más básico e inmediato: hacer de mi hogar, mi
cueva, un sitio más acogedor, pintar, ordenar, cambiar, botar, abrir; hacer de
mi comunidad de vecinos –mediante la facilitación de espacios conversacionales
comunitarios- un sitio de puentes, de
apoyo mutuo, de muralla defensiva; hacer de mi red de afectos y relaciones una
fuente de risas, de proyectos, de alimento intangible para el espíritu, un
útero afectivo, un nido en donde juntarnos todos y querernos, en la red y fuera
de ella.
Afortunadamente todos los refugios son provisorios, como dice el poeta...
Espero con ansias
el día en que, pasada la tormenta, pueda abrir con emoción la puertecita
hermética de mi refugio y salir de nuevo a la superficie, encontrar un día
soleado, lleno de esperanzas y posibilidades, encontrarme con otras miradas y
voluntades para recoger los escombros y construir, a partir de lo aprendido, ese
país nuevo, que tanto queremos y necesitamos todos.
2 comentarios:
sea el refugio ese espacio de reflexión para hacer de lo banal lo profundo que como hondas en el agua vaya expandiendo hacia una conciencia basada en el humanismo y la sabiduría esencial que nos brinda la naturaleza
así diríamos el refugio somos todos haciendo de este espacio geográfico un lugar mejor para vivir
Te comprendo más de lo que crees. Sufro de ansiedad y actualmente paso mucho tiempo en casa cuidando a mi madre hemipléjica, así que estoy encerrada a veces por semana.
Cuando salgo, tengo los nervios de punta. Antes de ayer le robaron la moto a un amigo, 3 "caballeros" a punta de pistola.
Yo también rezo porque llegue el día en que pueda salir sin sentir ese desasosiego, esa ansiedad. A la Venezuela donde crecí, que era tan tranquila (porque yo tengo unos cuantos años en este terruño).
¡Me gustó mucho tu Post!
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