Vivo en el país, Venezuela, con uno de los índices
de inflación más altos del mundo, y aclaro ésto porque la vivencia que mueve
mis dedos a escribir hoy estas líneas, sólo es posible cuando la vida se
construye en un lugar y en un momento donde lo más cambiante son los precios de
las cosas que necesito para vivir, donde reina la incertidumbre como una niebla
mal encarada que goza interponiéndose en el camino de la necesaria
planificación de mis finanzas domésticas.
Había evadido durante semanas la acción correspondiente
a responder la pregunta casi existencial de ¿cuánto dinero necesito producir cada mes para vivir?
Vale la acotación de lo que es “vivir” para mí en estos momentos: tener tres veces al día la comida que mi cuerpo y el de mi hija, necesitan para levantarse cada día a 37°C y enfrentar la vida, que mis dos gatitas encuentren en el balcón su ración de gatarina y su arenita cómplice de sus desechos enterrados y sin mapa del tesoro, pagar la energía para que las luces de mi casa enciendan por la noche, y que la lavadora y secadora funcionen, el microondas y la nevera también… que me puedan llamar a mí y a mi hija por un teléfono celular y fijo y nosotras llamar también para coordinar la vida, que en nuestra PC las barritas de internet estén presentes, vivas, contentas y dispuestas a conectarnos con el mundo más allá de las cuatro paredes que nos acogen, pagar la cuota mensual del seguro médico para retar a la muerte y a la enfermedad cuando vengan a tocar mi puerta, tener una pizca de ayuda en casa, ir al cine o al teatro de tanto en tanto y dejarme atrapar por fantásticas historias humanas que me nutren, pagar mi trascendente formación en biodanza, aportar cada vez más al sustento de mis dos padres ancianos, en fin, pues vivir… Un vivir con poco, o con mucho, dependiendo del bolsillo con que se mire. Viéndolo bien, puedo estar agradecida a la vida, porque mi “vivir” tiene una gran cantidad de cosas que no tiene el de la gran mayoría de los habitantes de mi país igualmente merecedores que yo.
Vale la acotación de lo que es “vivir” para mí en estos momentos: tener tres veces al día la comida que mi cuerpo y el de mi hija, necesitan para levantarse cada día a 37°C y enfrentar la vida, que mis dos gatitas encuentren en el balcón su ración de gatarina y su arenita cómplice de sus desechos enterrados y sin mapa del tesoro, pagar la energía para que las luces de mi casa enciendan por la noche, y que la lavadora y secadora funcionen, el microondas y la nevera también… que me puedan llamar a mí y a mi hija por un teléfono celular y fijo y nosotras llamar también para coordinar la vida, que en nuestra PC las barritas de internet estén presentes, vivas, contentas y dispuestas a conectarnos con el mundo más allá de las cuatro paredes que nos acogen, pagar la cuota mensual del seguro médico para retar a la muerte y a la enfermedad cuando vengan a tocar mi puerta, tener una pizca de ayuda en casa, ir al cine o al teatro de tanto en tanto y dejarme atrapar por fantásticas historias humanas que me nutren, pagar mi trascendente formación en biodanza, aportar cada vez más al sustento de mis dos padres ancianos, en fin, pues vivir… Un vivir con poco, o con mucho, dependiendo del bolsillo con que se mire. Viéndolo bien, puedo estar agradecida a la vida, porque mi “vivir” tiene una gran cantidad de cosas que no tiene el de la gran mayoría de los habitantes de mi país igualmente merecedores que yo.
Quedan -a regañadientes- por fuera de esta lista, otras
cosas del vivir alejadas de la inmediatez y la regularidad, como el ahorro, viajes de vacaciones, ropa y calzado nuevo, extras inesperados, cualquier cosita que se
salga de lo planificado, es decir, cualquier cosita que se saldrá de lo
planificado según un tal Murphy, como por ejemplo: una filtración en la cocina que afecte al vecino
de abajo, la lavadora que decida no enjuagar, una muela rota, el carrito viejo que clame por
una entonación de carburador, la exorbitante cuota extra del
condominio por reparación de fractura de muro colindante con el barrio
(cualquier parecido con la realidad, no es parecido, es REALIDAD).
Y vuelvo a la pregunta: ¿cuánto dinero necesito producir cada mes para vivir? ¿cada mes?
Acabo de re-descubrir que en la formulación de la misma ya los tentáculos de la
inflación han hecho de las suyas… porque, lo que necesito ESTE MES, no es lo
mismo que lo que necesitaré el mes próximo, ni dentro de tres meses, ni seis
¡ni mucho menos en un año! Créanme… esto asusta, agota… Los que lo viven o lo
han vivido lo saben bien.
Para responder la pregunta de marras, tuve que
desafiar la evitación inconsciente de varios días, parar el reloj por un
par horas, respirar profundamente y dedicarme a convertir en números el precio
justo o injusto (pero irremediablemente pagado) de todo lo descrito arriba con
la colaboración de todas mis facturas guardadas, e ingresarlo en una hoja
mágica de Excel con clasificaciones de categorías y cosas que les encantan a
los administradores, contadores y economistas domésticos. Uno a uno iba
alimentando las incrédulas celdas de la hoja de cálculo y ella iba sumando y
sumando hasta vomitar el solicitado número en la última celda de abajo a la derecha.
De pronto, vi como de allí emergió finalmente un
número nunca visto en mi presupuesto mensual a lo largo de mis 54 años de vida,
un número tan real e inevitable como la rotación de tierra sobre su eje cada 24
hrs, un número aterrador, un número que me produjo vértigo.
Por segunda vez en mi vida, una durante la Cuarta
República y ahora en la Quinta, vuelvo a ser devorada por el cáncer inflacionario
de una economía para el que los responsables de la misma no han sabido
encontrar la cura.
Ahora que tengo la respuesta a mi pregunta existencial
del inicio, me surgen, envueltas en emociones muy disruptivas, otras preguntas
sin respuesta: ¿cómo tan pocas personas a cargo de la economía de un país
pueden producir tanto daño, tanta renuncia, tanta carencia, tanta angustia a tantos millones de personas durante tantos
años? ¿en qué categoría de crimen o delito podría caber este hurto salvaje del
poder adquisitivo de un ciudadano, de un país entero? ¿qué hemos hecho los
venezolanos para merecernos ésto?
Al inicio de cada mes, sólo me queda desafiar
el vértigo y lanzarme al abismo incierto confiando en que el paracaídas abrirá…
¿abrirá?
2 comentarios:
Es realmente alarmante la situación que vivimos. Te has preguntado que sucede con las personas cuyo sueldo es fijo? Al fin y al cabo quienes tenemos una tarifa podemos ir ajustándola pero y los demás? Un beso vertiginoso.
Abrirá el paracaídas? esa pregunta nos la hacemos ya a diario en este país, entre otras cosas, con resignación, me siento como si estuviera en un campo de concentración, de esos que no han dejado de existir, de esos como Auchscwitz (no recuerdo cómo se escribe o no sé si no quiero recordarlo, como si eso lo alejara de mi) del que uno de sus sobrevivientes cuando lo tuve frente a mi y vi su número tatuado en su brazo casi me desmayo, me habló. Nunca imaginé que me sentiría así, en mi propio país.
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