Si, ya los tengo identificados, no están cerca de
casa… los descubro de pronto en los sitios más insólitos e inesperados como en la subida hacia el Cementerio del Este en
Caracas, o en una taguarita enfrente del Centro Médico o camuflados
en una callecita del Municipio Chacao en mi valle querido…
Cual mamífera cazadora y sedienta, veo sus grandes
volúmenes verdes, esféricamente irregulares, y algún letrerito furtivo y casero
que anuncia “HAY COCO FRÍO”, que me hace detener de inmediato ante el coquero mientras trato de disimular mi impulso animal.
¿A cuánto el coco? Pregunto como si importara (he decidido
que nunca valdrá tanto como para no poder regalarme el paraíso). Deme uno, por favor…y
aguzo entonces todos mis sentidos para percibir el ritual salvaje y sonoro de la apertura del
coco con el machete certero, la inserción obligada del pitillo en las
profundidades del pozo y la sensación inigualable de recibir el pesado y frío recipiente entre mis dos manos en la antesala del primer contacto de mi boca con el esperado elíxir.
Son los lugares semi-secretos donde la ciudad se
hace playa y ofrenda un oasis de líquido fresco que degusto sorbo a sorbo, dejando que el mar desemboque en mis venas con su agua envasada de trópico y de felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario